Al final todo fue bien y el lunes ya era dueña y señora de mi piso. A la firma fuimos siete personas, a cuál más cateto, ante la mirada atónita de la tía del banco. El orden de más cateto a menos iría así: el novio de la
hippie (un lastre muy pero que muy burro), la
hippie tarotista (que llevaba un escote que
flipas), el abogado de la
hippie (que este tenía de abogado lo mismo que yo), mi madre (que estaba
alteradísima y yo venga a darle codazos para que guardara las formas), el de
Tecnocaca (que no era muy cateto pero si un
hijoputa), mi padre (que le salía el catalán de
Lleida porque estaba nervioso) y yo (que no decía nada y me los miraba a todos por encima del hombro).
El momento álgido de la mañana llegó cuando entró el notario de apellido O’
Callaghan. Yo siempre pensé que un notario tenía que ser alguien viejo, gordo y bigotudo, pero lo que allí vi me hizo cambiar drásticamente de opinión. ¡El tío estaba
buenísimo! En ese momento fue cuando me incorporé y puse la mejor de mis sonrisas. Él sólo se dirigía a mí y yo pensé que le gustaba, pero seguramente el hecho de ser la compradora tenía algo que ver…
Así que el martes estrené piso. Semanas antes pensé que estaría más sola que la una y, de repente, estaba con
AB, que vivirá conmigo, y
Nai, que estaba de visita. Más tarde dormimos las tres en mi cama, rígidas como palos. Buen comienzo del piso, ¡con un trío!
Descubrimos que la cocina es el mejor sitio de la casa y que es ideal para estar de cháchara con un vaso de vino y que para no aburrirse sólo hace falta abrir la ventana que da al patio interior. Resulta que allí habitan dos mujeres
cañís que hacen del patio gris, sucio, sin luz y lleno de ropa tendida, su
terracita: comen, fuman, toman cerveza y sospechamos que celebran incluso cumpleaños y verbenas. Dos veces que abrí la ventana y dos veces que allí me las encontré. Yo estaba encantada con esta imagen
almodovariana y entablé una animada conversación con ellas. A
AB no le hizo tanta gracia, pero ya la he avisado que un día irá a tender y me verá allí saludándola con un tinto de verano en la mano.